Esa extraña relación

Siempre me relacioné de una manera rara, según mis parámetros, con ellas. Me refiero a las plantas. No a las flores, sino a esas especies verdes (que por cierto pueden contener flores o no) que casi todos solemos tener en una o más macetas en nuestras casas. Nunca me atrajeron. Cuando vivía en casa de mis padres, era un martirio cada vez que ellos partían de vacaciones, tener que hacerme cargo de ellas. Es justo decir que en el camino, más de una la quedaba. La verdad es que me molestaban y bastante. Nunca lograron interesarme, reconociéndome incluso incapaz de retener el nombre de especie alguna. Quizás por la poca interacción, si puede ser esa la causa. Sin embargo, debo reconocer que para los demás me parece adecuado poseerlas, por ejemplo, cada vez que algún amig@ habita una nueva propiedad y me invita a conocerla, le ofrezco de corazón una planta de regalo. Mi mamá y mi suegra adoran las plantas y las tienen preciosas. Mi amiga Valery se conoce todos los nombres, los cuidados y muchos secretos más. Yo nunca pude absorber nada de lo que saben estas mujeres de las plantas, tan sólo siento un poco de envidia por entenderlas tanto.
Cuando tuve mi propio hogar, no estaba en mis planes que cohabitaran con nosotros, así que nunca compré ni una planta. Además tengo a mi gata, para quien al revés que yo, las plantas siempre fueron su punto débil. Poseen una irresistible atracción, cual imán con el acero; así que esa también era una causa (¿o la justificación debería decir?) de su inexistencia en la casa. En cierta ocasión, recibimos el mismo día, tres plantas de regalo. Debo de reconocer que hasta el día de nuestra partida, unos cuantos años después, dos permanecían vivas. O sea, sobrevivieron a mi gata y a mi poca paciencia para con ellas. Nico es quien se encargaba de recordarme regarlas y hasta a veces yo las ahogaba en un vano intento de resucitación, luego de varios días sin agua. A mi partida, las dejé a cargo, cual testamento, una a mi suegra, una a mi mamá. Les reconozco y les agradezco que las cuidan bien. Mejor que yo, ¿debería decir? En mi última visita, pude comprobar que son bien tratadas y que de hecho se encuentran a gusto porque aún viven hermosamente las dos. Aquí en Montreal, la verdad es que lo último que pensé fue en tener plantas. Hasta este febrero, cuando adquirí por vez primera y por voluntad propia una planta para mi. Tan original soy, que me compré la misma que tenia en Montevideo (que por supuesto no pregunten cual es porque ni sé como se llama). ¿Será que conmovida por la longevidad de aquellas plantas sureñas y un poco por sentimentalismo de mí parte, escogí la misma especie? Pasó un mes y la norteña ME sobrevivió. Así que me animé y me regalé otra para Pascuas (en clara sustitución de mi conejo de chocolate). Debo de aclarar que las cuido, aunque me dan un poco de trabajo y algunas veces todavía es Nico quien me pregunta si las regué. El cambio fundamental viene con esto que les contaré: ahora no sólo las riego asiduamente, sino que les busco la mejor luz y las paseo por la casa. Que si la luz de la mañana mejor acá, que la luz de la tarde en el otro lado. Que un ratito en el balcón para que tomen aire. Que la gata no las moleste…. Y lo mejor viene ahora: hace dos días me descubrí ¡hablándoles! ¿Qué se le va a hacer?, perfecta no soy y es bueno que lo vayan sabiendo. No les voy a contar lo que les susurré porque seria casi como una mirada intimista, JA! Pero si les dejo el final de la conversación: “Están tan lindas que se merecen sus 5 minutos de gloria en el blog!” Ligaron además sus buenas fotos. Cumpliendo entonces con lo que les prometí a ellas, aquí les presento a MIS PLANTAS DEL NORTE.

¿Verdad que son hermosas?

Vero